Hasta casi el siglo XIX, el niño fue considerado un adulto en miniatura, lo que permitió la explotación y la exigencia exagerada hacia el mismo, asociándosele ideas de maldad innata que justificaban los castigos. Sobre esta herencia se ha conformado una cultura y un comportamiento del adulto acerca del niño. Hoy, si bien el castigo corporal está condenado por los educadores, en general, las exigencias son otras. Nos encontramos con un mantener constantemente ocupado al pequeño para que no actúe por sí mismo.
Las actividades sistematizadas extra-escolares se extienden cada vez más para cubrir una demanda de padres preocupados para que sus hijos "no anden en la calle" o "para que no se aburran" etc. De este modo, los adultos transferimos nuestro propia aceleración personal, nuestra vida llena de ocupaciones y horarios a nuestros hijos. Nos olvidamos de la satisfacción obtenida en la niñez con aquellos juegos creados por nosotros mismos guiados sin otra meta que la pura necesidad de jugar.
En la actualidad, nos sometemos junto con nuestros hijos a la frustración constante de no llegar nunca a la "marca" prefijada. Todo viene preparado para transformar hasta el más pequeño en un consumidor.
Una de las consultas contemporáneas que hacen los padres al psicólogo se refiere al nerviosismo que notan en sus hijos a pesar de la frecuencia con que lo mandan a practicar deportes "para que descarguen energías" y de tener una serie de actividades extras que le ocupan todo su horario fuera de clase. A tal punto que es muy difícil darles algún turno que no se superponga con alguna de éstas.
Por ello las escuelas de doble escolaridad pasan a ser un artículo de alto consumo para una vida que debe estar programada. El sistema educativo, no ajeno a esta progresiva automatización del ser humano, reduce el tiempo de juego libre en los recreos y en lo posible la actividad motriz que el niño despliega con desesperación antes de escuchar el llamado a clase. Un período de clase que se le hace cada vez más insoportable en tanto se prolongan por turnos cada vez más extensos. Pareciera que la ciencia avanza por un lado y los hechos por otro. De nada valen los estudios que demuestran que la atención constante de un adulto no es mayor a los 45 minutos y que en el caso del niño obviamente es mucho menor. Pues, los módulos de 90 minutos, existen en nuestras escuelas y más. Luego, el niño no puede mantener la atención, se distrae y entonces se le adjudican patologías tales como ADD, ADHD, trastornos de la conducta, etc. A esto se agrega la reducción de horarios originariamente destinados a la Educación Física para dar paso a contenidos que tratan de mantener al niño en una silla. O bien, el horario destinado a esta materia se lo toma como una competencia deportiva que de última también se puede hacer por fuera del sistema, degradando así el verdadero sentido formativo de esta disciplina.
El estrés no pertenece solo al mundo de los adultos, las exigencias, los horarios, las presiones también son padecidas por los menores. En la ejecución deportiva, por ejemplo, se experimentan tensiones y agresiones más difíciles de asimilar cuanto menor es la edad del individuo y cuanto mayor sea la exigencia del adulto hacia éste. Y, ¿que pasa cuando esto se da desde un lugar de poder en un contexto social en el cual uno obliga y otro se puede resistir? En este punto se parece mucho a violentar, ¿verdad?
Eduardo Mántica, psicólogo deportólogo argentino, nos dice que "en el deporte de alta competencia, las presiones son múltiples y las acciones parecen mas violentas, veloces y despiadadas. Los deportistas de alto nivel están entrenados para recibir y resistir altas dosis de tensión y agresión, que en alguna medida resultan similares a las que experimenta un deportista aficionado o un niño, cuando se despliega la ejecución deportiva. Es por ello que la intervención psicológica en el deporte no se limita al profesionalismo sino que puede aplicarse en cualquier nivel de edad y competencia, es la mejor manera de contemplar el cuidado del aspecto psicológico y hacer Prevención Primaria en Salud Mental."
Y, Jose Maria Cagigal agrega "El carácter de exigencia, de intensidad de estímulos que lleva a la competición, con el consiguiente estrés emotivo, parece favorecer la agresividad" .Parece ser que mandar un chico a competir no es igual que mandarlo a jugar y que juego no es igual a deporte, al igual que hacer deporte no es igual que Educación Física.
Esto, también implica una revisión de nuestro sistema educativo y de los programas para una especie de sujeto-robot. Puesto que la escuela debería dedicarse a enseñar, es decir proveer una organización adecuada del ambiente para que el niño pueda aprender. Esto exige horarios y exigencias adaptados a las diferentes etapas de desarrollo de los alumnos. También la inclusión de una Educación Física que lejos del deporte de alto rendimiento, pueda ofrecer:
· experiencias variadas tendientes a la resolución de problemas y a valorar el esfuerzo más que el resultado;
· situaciones donde planificar y ensayar ideas, someter a pruebas sus capacidades y limitaciones, aumentar la confianza en sí mismo;
· proporcionar un cuadro de referencias y sistema de valores;
· ejercitar el dominio de sí mismo, mejorar la autoestima, intensificar la imagen corporal y su seguridad para enfrentar el mundo;
· ensayar modos de relacionarse entre pares y con adultos;
· modelos transitorios que faciliten el paso de la sumisión a la autonomía.
Esto no se da eliminando disciplinas formadoras del carácter, aumentando el volumen o la dificultad de los contenidos, instalando juegos competitivos, u horarios intolerables. Estas exigencias someten a frustración constante al sujeto volviéndolo inseguro o violento. Tampoco significa que la enseñanza se deba transformar en un juego o que el docente se deba ponerse a jugar o entretener al alumno. Significa que el niño debe tener un tiempo prudencial de descanso y recreación entre las materias obligatorias para dar rienda suelta a su necesidad de jugar.
Veamos lo que escribe uno de los psicoanalistas más famoso, E. Erikson, sobre este tema. "El juego, dice, es un intento por sincronizar los procesos corporales y sociales con el si mismo...El niño que juega avanza hacia nuevas etapas de dominio, el adulto que juega pasa a otra realidad".
El hombre cuando juega "debe hacer algo que ha elegido...sin estar impulsado por intereses urgentes...debe sentirse entretenido y libre de todo temor o esperanzas de cosas serias". El juego no implica la creación de nuevos artículos de consumo o un trabajo, pues si así fuera se transforma en un "profesional". El juego proporciona sensaciones nuevas a nuestro cuerpo, de espacio y tiempo en libertad. "Cuando el tiempo y el espacio son una presión, el juego desaparece. Y entonces aquí en la frontera del juego aparecen, los deportes competitivos."
Por eso, a la hora de elegir actividades para ocupar el tiempo libre de nuestros hijos, deberíamos tener en cuenta que el juego del niño tiene que ver con una capacidad humana para manejar la experiencia mediante la creación de situaciones modelo y para dominar la realidad mediante el experimento y el planeamiento. "El juego solitario sigue siendo un puerto indispensable para la reparación de las emociones destrozadas después de períodos de tormentas en los mares sociales."
Dejarles tiempo para crear, producir, elegir, decidir, ser libre para crear su propio juego es parte de lo que necesita un niño para desarrollarse.
Practicar un deporte o hacer algún otro tipo de actividad programada por un adulto no es lo mismo que jugar.
Si logramos comprender esto, apuntamos a una escuela que atiende al desarrollo de la personalidad, a características tales como la iniciativa, la responsabilidad, la persistencia, la autonomía, los logros vía independencia, el control de los impulsos, la socialización, etc. Un ser humano complejo que necesita de su tiempo de ocio y de responsabilidad, de obediencia y de liderazgo, de creación y de disciplina. Y que, debe aprender a respetar y considerar a los otros a través de la propia experiencia vivencial de respeto y consideración que se le tiene.
Hoy, en el siglo XXI, podemos recurrir a un especialista: profesor de Educación Física, psicólogo infantil, pediatra, psicopedagogo, etc. El asesoramiento en este tema que tiene que ver con la salud física y mental de nuestros niños resulta fundamental en un momento donde leemos, como trastornos a las adaptaciones y; como déficit a las limitaciones propias de un sujeto en desarrollo.
Bibliografia:
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lunes, 7 de mayo de 2007
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